El silencio a veces resulta la mejor respuesta
Todos tenemos personalidades diferentes, a algunos de nosotros nos costará más o menos reaccionar ante algo a través del silencio. En mi caso particular la tendencia es a hablar, decir, hacer que la otra persona entienda mi punto de vista, analice lo que le digo o entienda con qué profundidad estoy mirando lo que mismo que ella.
Sin embargo, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que muchas veces esa necesidad de expresarme, correspondía a una intención de cambiar de alguna manera al otro o quizás de querer de alguna manera que el otro se colocara mis lentes para ver la misma situación. Esto algunas veces tenía el efecto deseado. Pero la mayoría de las veces no era así. Muchas veces terminé frustrada, molesta y desgastada por no poder hacer que el otro me entendiera, cambiara de opinión o “simplemente” se pusiese en mis zapatos.
Aprendí a drenar emociones de otras maneras y he perdido la necesidad de que el otro sepa lo que habita en mi cabeza, incluso cuando de él se trata. Ciertamente no debemos quedarnos con cosas atragantadas en la garganta y debemos buscar la manera de expresarnos, pero debemos entender que hay otras formas que nos permiten mover las energías internas.
El efecto de nuestras palabras
Nuestras palabras muchas veces no tienen el efecto en el otro que nosotros deseamos, simplemente porque cada quien tiene una manera de ser y de pensar particular, en donde hay una cantidad gigantesca de programas a través de los cuales ve su vida y crea su realidad.
El silencio no necesariamente tiene que ser visto como el castigo de que considero que mi palabra tiene mucho valor para dirigírtela. El silencio muchas veces es la prueba de que hemos dejado de luchar. Es una muestra de que hemos decidido ceder al otro la libertad de ser, sin ponerle un riel a su camino.
Soltar el control implica muchas veces guardar silencio, limitar nuestra necesidad de dirigir y decir qué ruta es la adecuada. Implica también que le estamos dando más importancia a lo que está pasando adentro que a lo que está pasando afuera.
Muchas veces por la necesidad de hablar, de llenar esos espacios que sentimos vacíos por estar tan llenos de silencio, solo decimos palabras inconvenientes o que no van a aportar algo positivo al momento.
Establecer filtros
No podemos pretender controlar continuamente todo lo que decimos, pero sí resulta oportuno plantearnos algunos filtros y determinar si optamos por hablar o por guardar silencio. Entendiendo que si tomamos la primera opción, también será conveniente encontrar las palabras y el tono adecuado.
No importa lo que esté ocurriendo, debemos procurar que lo que sale de nosotros sea lo mejor que tenemos para dar. Que no nos quede el mal sabor y el arrepentimiento cuando pronunciamos palabras hirientes, incluso cuando éstas hayan estado cargadas de “razón” y de “verdad”.
Procuremos siempre construir a través de lo que hacemos e incluso de lo que dejamos de hacer. De cualquier manera lo que decimos y cómo lo hacemos siempre va a hablar más de nosotros que de otra cosa o persona.
Aprendamos a utilizar el silencio, ello requiere entrenamiento, pero una vez que lo aplicamos con la regularidad que los casos lo demandan, entendemos toda la ganancia que hay detrás de esa ausencia de palabras. El silencio muchas veces implica madurez, sabiduría y muchas intenciones de preservar nuestra paz.
Paradójicamente muchas veces el silencio es ese elemento que llama al otro a la reflexión e incluso a un cambio de actitud, es decir puede ser incluso un estímulo mucho mayor que el mejor de los discursos. Pero está en nosotros el ir desarrollando la habilidad para discernir lo más conveniente en cada momento.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.com
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