Emociones reprimidas: no las nombramos, pero tienen consecuencias
No porque una cosa no esté verbalizada significa que no tenga influencia en tu vida. Al contrario, no se trata de acallar; se trata más bien aprender a no reprimir tus emociones.
¿A dónde van los miedos que no tienen nombre? ¿Dónde están las emociones que dejamos ir sin nombrarlas? ¿Cómo lidiamos con lo que nos duele si, en lugar de confrontarlo, lo evitamos? ¿Dónde están todos esos sueños que no logran convertirse en realidad? ¿Todo lo que no nombramos deja de existir?
¿Si no se nombra una emoción esta no existe?
El hecho de que no todo esté verbalizado, no significa que deje de hacernos daño. Las cosas dejan de tener un efecto en el mundo circundante –aparentemente–, pero no en nosotros.
El dolor o la emoción que negamos sigue ahí cuando no hablas de lo que te molesta en los demás o de lo que te pone furioso, por ejemplo. La emoción todavía está allí cuando tu autoestima está dañada y cuando algo te deprime sin que hagas algo para solucionarlo. Sin embargo, si no lo nombras, aparentemente deja de existir.
¿Cómo podemos definir nuestros miedos si no les damos nombres? Cuando los nombramos, les damos forma. Al hacer esto, creamos oportunidades para la confrontación y la superación. Sin embargo, si no lo hacemos, ¿los temores se hacen más pequeños? ¿Podemos hablar de una bruma que tiene un gran valor para nosotros, pero no tiene nombre, ni identidad, ni oportunidades de confrontación?
Tragarnos el orgullo no nos fortalece. Ser duros no nos hace más fuertes.
¿Cómo nos afectan las cosas que no nombramos?
¿Sabías que un tercio de las personas que acuden al médico tienen síntomas sin ninguna explicación científica de por medio? En muchas ocasiones el dolor no tiene explicación en el plano físico sino únicamente en el nivel psicológico. Entonces, ¿qué está pasando? Duele. Hay una emoción que se ha quedado dentro de nuestro cuerpo, sin poder salir. Lastima, hace que algo duela. Todo lo que no nombramos no puede salir. ¿Todo lo que no nombramos deja de existir para los demás? ¿Pero qué sucede contigo?
Cuanto más tiempo pasamos solos con nuestro dolor, más crece. Y cuanto más evitamos que salga, más probable es que nos enfermemos. Cuando vemos pero permanecemos en silencio, cuando escuchamos pero no hacemos nada para mejorar o cuando tenemos dolor pero no acudimos a los remedios. Son maneras de enfermar nuestro cuerpo y nuestra alma también. Simplemente si no nombramos lo que nos rodea, nos hacemos daño.
El sufrimiento solo nos quema por dentro. No hay mejor remedio que dar un nombre a lo que nos mata, dar un nombre a nuestros miedos y sueños, dar un nombre a lo que consideramos injusto. Es cuando nombramos las cosas que tenemos el poder de hacer algo con ellas, de trabajarlas, de confrontarlas, de ser más fuertes de lo que son. Cuando les damos una imagen y una forma, nos las arreglamos para convertirnos en maestros.
“Cuanto más sufrimos en silencio, más enfermamos”.- Paulo Roberto Gaefke
¿Por qué reprimir lo que sentimos no es bueno?
La gente no puede entender lo que no nombramos. No pueden ayudarnos. Añadimos peso a nuestra carga pero nadie lo ve. Por lo tanto, debemos llevar todo solos. Es una carga que nos atormenta y nos mantiene en una marcha sin destino.
Las emociones juegan un papel importante en la vida humana. Por lo tanto, regularlas es esencial para nuestra salud mental y física. Según los científicos Philippe Goldin y James Gross, las emociones tienen un correlato en nuestro patrón de actividad cerebral, ya sea expresado o no. Además, estos investigadores también han establecido que la supresión de las emociones activa la amígdala (en el cerebro). Reflexionar sobre nuestras emociones ayuda a reducir su impacto negativo.
Saber cómo expresar lo que sentimos y la situación en la que nos encontramos nos permite eliminar parte del dolor que han causado las emociones. Cuando identificamos emociones que se derivan de una situación (miedo, alegría, enojo…), podemos comenzar a enfrentarlas de una manera más inteligente. Cuando hablamos, sanamos. Cuando vaciamos nuestra bolsa, reducimos el problema porque finalmente podemos compartirlo. Cuando le damos un nombre, le damos una entidad al problema que, en cualquier caso, tendremos que enfrentar.
“Bienvenida, emoción”. Sé amable contigo mismo
La benevolencia es un primer paso hacia la bienvenida y la escucha de una señal de alarma legítima, provocada por una amenaza directa a nuestro bienestar. Veamos cuatro pasos para trabajarlo, que te permiten tomar la distancia necesaria para trabajar una emoción que hemos reprimido:
1. Agradece el darte cuenta:
Sentir gratitud hacia el sistema interno que vigila nuestro bienestar y envía las señales necesarias sobre lo que no es correcto para ti y las necesidades que debes cubrir para remediarlo es maravilloso. Este sistema interno, guardián de tu bienestar, te da todas las cartas para conservarlo o restaurarlo, así que sé amable con él y escúchalo siempre.
2. Felicítate por haber prestado atención:
Hablar con los demás con suavidad es esencial, pero también para contigo mismo. Has hecho algo importante para ti porque eres un ser humano con emociones legítimas que comienzas a entender qué hacer con ellas.
3. Dale la bienvenida a la emoción devolviéndole toda su legitimidad:
Toda emoción tiene una buena razón para estar, y es vital que la relaciones con una de las principales categorías de emociones negativas: es el miedo, la tristeza o enojo (el último es generado con mayor frecuencia por uno de los otros dos, pero a veces es difícil de distinguir al principio). Si sabes a qué te enfrentas, todo será más fluido.
4. Haz una cita contigo mismo:
Es necesario para explorar la emoción y las necesidades que la generan. No siempre tenemos tiempo para hacerlo cuando nos damos cuenta de la necesidad de lidiar con una emoción, y con frecuencia lo hacemos mejor al tomarnos un momento para nosotros mismos, durante los cuales podemos centrar nuestra atención. En pocas palabras, procura los espacios de conexión contigo mismo.
Ligeros de cargas, dispuestos a la felicidad
Liberarnos de cargas nos permite estar alerta con nuestra salud mental, con nuestro bienestar. Vale la pena hacer limpieza interna y ventilar esos espacios que hemos dejado a oscuras por algún tiempo.
La luz es siempre sabiduría para conectarnos con la mejor versión de nosotros mismos: y solo nosotros podemos encargarnos de tan hermosa labor.