La gente realmente buena, no hace las cosas para recibir algo a cambio
La bondad es un don que todos tenemos, solo que algunos lo desarrollan más que otros. La gente mayormente buena abunda. Pero también lo hace la que simula serlo, que actúa “bien” de forma estratégica, lo cual desvirtúa su naturaleza.
Si hacemos bien buscando recibir algo a cambio, no estamos actuando movidos por la bondad, sino movidos por el ego. El querer ser reconocidos, el esperar una recompensa, el esperar que nos vean de una determinada manera, no es nuestra esencia expresándose, es el ego queriendo protagonismo y tejiendo la malla de lo que siente le traerá mayores beneficios.
La humildad en las buenas personas
Algunos confundan la humildad con una debilidad, sin entender que la bondad genuina y la humildad van de la mano. Una persona humilde es capaz de actuar en función de lo que tiene, sin aparentar. Ayuda sin la intención de demostrar su poder y sin sentirse superior a otros. Lo hace con la intención de mejorar la vida de alguien, más allá de cualquier beneficio que pueda obtener.
La arrogancia se manifiesta en las personas que se dejan llevar por el ego, cuando pretenden ubicarse por encima de los demás por poderles ayudar. También es una manifestación del ego el someter a una persona haciendo uso de sus necesidades, manipulándole o dosificándole estratégicamente algún beneficio, para crear nexos de dependencia.
La codependencia
Cuando alguien es capaz de proveer algo a quien lo necesita y los vínculos se fundamentan en la satisfacción de esas necesidades, se desvirtúa cualquier sentimiento o autenticidad y se da paso a una relación de codependencia. Te doy algo, esperando recibir algo a cambio, no lo hago de manera espontánea, sino con el interés premeditado de recibir una recompensa y con la esperanza de hacerme indispensable o al menos deseable en tu vida.
Evidentemente estamos en una continua transacción damos y recibimos, pero lo que cambia el sentido de las cosas es la intención que va detrás de cada acción, lo que se piense o lo que simplemente se sienta.
Acostumbrarnos a hacer el bien
A veces debemos educarnos, porque nos han enseñado a hacer el bien, pero muchas veces como una obligación, más allá de alimentar esa parte de nosotros y hacer que crezca. Cuando nos acostumbramos a dar, entendemos que hay mucho más placer, que hay mucho más crecimiento en las oportunidades que tenemos de dar, que cuando podemos recibir y cuando logramos que para nosotros sea más importante lo bueno que generamos en los demás, doblegamos al ego y nos acostumbramos a dar sin esperar recibir.
Siempre recibiremos
Aun cuando esa no sea la intención, al dar, estamos abriendo la ruta para recibir. Todo lo que damos, tarde o temprano vuelve. Pero para recibirlo debemos desprendernos de la expectativa y no hacer las cosas de manera intencionada. Soltemos la necesidad de ver la recompensa y ella vendrá de manera natural… Mientras más esperemos recibir, mientras más demos con la intención de generar reciprocidad, menos tendremos de vuelta algo espontáneo.
Demos de la manera en la que quisiéramos recibir, sin que nos cobrarán, sin que nos manipularan, sin que nos condicionaran o nos presionarán, sin que nos premien o nos castiguen a través de lo que nos dan. Demos pensando en el bienestar del otro y no en el nuestro inmediato o futuro y esto le hablará al universo de lo que estamos listos para recibir.
Aprendamos a ser mejores personas, todos creemos ser buenos porque colocamos al lupa donde nos conviene, pero asegurémonos de que al ampliar el enfoque sigamos sintiéndonos orgullosos de quienes somos.
Por: Sara Espejo – Reencontrate.com