No escuches lo que dicen, observa lo que hacen

No escuches lo que dicen, observa lo que hacen
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Ciertamente las palabras son un recurso poderoso al momento de expresarnos y plantear nuestras intenciones. Sin embargo, son las acciones las que van a respaldar de manera contundente, cualquier cosa que por un par de labios sea pronunciada.

Muchas personas suelen hablar más de la cuenta, tanto que se les hace imposible cumplir con aquello que prometen o bien se les coloca cualquier etiqueta por no tener un filtro al momento de hablar y decir la primera barbaridad que se cruce por su mente.

Palabras seguidas de acciones

Es por ello que es conveniente que generemos un equilibrio entre lo que pensamos y lo que sentimos, para que las palabras pronunciadas, sean el resultado de una relación armónica y coherente con lo que nuestras acciones pueden respaldar.

Imaginemos las palabras como cheques, a través de ellos podemos prometer cualquier cifra, pero solo el dinero asociado a la cuenta bancaria, podrá validar esa intención. Si hay déficit, no importa si la intención estuvo, no se puede ejecutar, no se puede hacer efectivo, no se puede cobrar.

Las acciones vienen siendo ese respaldo que el dinero en el banco representa. Así que antes de extender alguno (más allá de que el instrumento escogido para la analogía, esté en vías de extinción), debemos asegurarnos de que vamos a poder ejecutar las acciones necesarias que se esperan en congruencia con nuestras palabras.

Como flores hermosas, con color, pero sin aroma, son las dulces palabras para el que no obra de acuerdo con ellas. – Buda

A veces  incluso no es necesario hablar y se queda mejor. Son nuestras acciones una muestra directa de lo que somos, sin preámbulos, sin promesas, sin palabras que se quieran o no recoger.

De poco sirven las palabras cuando deseamos cambiar algo, vamos a tener que tomar acción, si queremos generar modificaciones contundentes.

La palabra y las emociones

Las palabras están muy ligadas a nuestro sistema emocional, es por eso que escucharemos con frecuencia: No prometas cuando estás feliz, no respondas cuando estás enojado. Justamente porque la ligereza con la que fluyen las palabras movidas por la emoción nos puede colocar en una posición incómoda cuando queremos movernos del verbo a la acción.

Por ello, el termómetro de preferencia, que hablará por nosotros y permitirá de alguna manera definir nuestro perfil, es cómo actuamos, qué hacemos, qué damos, qué aportamos.

Un ejemplo común lo muestran las personas que se identifican con alguna religión, van regularmente a su templo, rinden cultos, etc y su vida diaria puede ser totalmente contradictoria de aquello por lo cual se dan golpes de pecho. Juzgan, critican, no comparten lo que tienen, ofenden, mienten, calumnian… En fin, se desligan de lo que dicen e incluso prometen y sus acciones hablan de lo que realmente llevan dentro.

El poder de la palabra

La palabra tiene el poder de edificar o de destruir a su paso, por lo tanto debemos cuidarnos de pronunciar las más acertadas. Las palabras son suaves caricias, esperadas promesas o lanzas punzantes y muchos nos daremos a conocer, así sea de manera errónea, a través de ellas.

Acostumbrémonos a no restarle importancia a la palabra, entendiendo que ella en sí misma representa un compromiso y quien la recibe merece respeto, el que se demuestra cuando esa palabra es respaldada. Que la coherencia se haga presente en nuestras vidas, en relación a lo que decimos y hacemos.

No se trata de que vayamos por la vida dudando de la palabra de los demás, sino que entendamos, que incluso con las mejores intenciones con las que una palabra sea mencionada, simplemente, no llegará la acción que la respalde. Es por ello que recomendamos, antes de escuchar lo que dicen, observar lo que hacen.

Por: Sara Espejo –Reencontrate.com


Sara Espejo

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