Una vez que la conoces, la soledad puede volverse adictiva

Una vez que la conoces, la soledad puede volverse adictiva
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Amada por muchos, temida por muchos otros…

Así es la soledad, con una ola de misterio que la envuelve, con mucho desprestigio hacia ella y sin la menor intención de defenderse, ella solo pide que la conozcas para que puedas hablar de ella con propiedad.

Algunos se atreven, otros por accidente se topan con ella a la fuerza, otros la eligen voluntariamente sin saber si se trata de un premio o de un castigo, solo sienten la necesidad de apartarse de todo y entregarse a ella sin ningún tipo de objeciones.

La mala fama de la soledad

Nos han pintado la soledad como una especie de penitencia ante la incapacidad de estar con alguien más. Nos han hablado de que somos seres sociales y necesitamos la compañía de alguien más para estar en lo que podría llamarse normalidad. Inclusive nos han comentado que no estamos completos, que necesitamos una mitad de lo que somos y así muchos se han dedicado gran parte de sus días a buscar ese complemento que les permita sentirse en plenitud.

Nos han dicho que la soledad deprime, que el no tener a alguien para compartir nuestras cosas, le resta sentido a cualquier cosa que hagamos. Una buena comida no es para comérsela solo. Una película no debe ser vista sin poderse compartir y comentar con alguien más. Una hermosa prenda de vestir no tiene sentido lucirse, si no se le muestra a alguien más… Inclusive un orgasmo en soledad puede ser satanizado por quienes le hacen culto a la compañía.

Y ciertamente la compañía es importante y no hay nada en su contra, salvo de aquellas compañías que roban energía vital o nos hacen sentir realmente solos, estando acompañados. Una buena compañía es un regalo, es algo realmente disfrutable y debemos honrar y agradecer la presencia de otro en nuestras vidas, que comparte de forma voluntaria su tiempo, su afecto, su presencia y algo de su vida con nosotros.

Sí la compañía, especialmente la buena compañía es algo maravilloso… Pero no es necesario, ni mucho menos debe ser el mejor de nuestros estados. Porque sin duda mucho tiene de cierto aquello de que:

El mejor estado no es estar enamorado… Es estar en paz.

Tomando esta frase y llevándola a la generalización, porque no hablamos de necesariamente compañía de pareja, aunque la mayoría abordará el tema desde allí, hablamos de cualquier tipo de compañía.

Ahora bien en el otro extremo, relajada y muy segura de sí misma, se encuentra nuestra amiga, la soledad, quien no habla mucho, pero nos tienta con su tácita promesa de tranquilidad, de quietud, de solo dedicarnos a nosotros, sin que suene egoísta, sino liberador.

Y cuando decidimos optar por ella y le damos el tiempo necesario para que muestre sus atributos y sus virtudes, sin presionarnos por dejarla, sino relajadamente ver qué ofrece, terminamos por enamorarnos… A tal escala, que se nos hace muy complicado salir de ella para darle espacio a cualquiera.

Ahora una vez que la conocemos, nos hacemos adictos a ella y es por eso que resulta tan peligrosa… Se convierte en una especie de guardián, de filtro, de referencia… Nadie que nos ofrezca menos que ella resulta ahora bienvenido a nuestras vidas. Ya sabemos que no es negativa, que no es fría, que no es torturante… Por el contrario, es una maestra amorosa, que nos enseña hasta dónde somos capaces de llegar, que nos muestra cómo somos en realidad, qué merecemos y cómo amarnos día a día…

No te invito a dejar todo lo que tengas por conocerla, pero si tienes una oportunidad tangible de estar con ella, no lo dudes, ni temas ni por un solo momento, te renovarás y ella hará de ti, tu mejor versión.

Por: Sara Espejo – Reencontrate.guru


Sara Espejo